Querido Delirius:
La fuerza extraña e inexplicable que me lleva hasta el suelo de tu cuarto es la misma que dirige mis manos hacia tus heridas, mis labios suavemente a tus cicatrices. Por andar sin cuidado atravesaste una pared de vidrio que terminó en mil pedazos. Me dices que estás bien, que estás bien. Tus ojos me miran con una dulzura imposible, de niños. Nos sentamos de piernas cruzadas, frente a frente. Te conté que ahora está calentita el agua del Pacífico? "Qué rico". Te cuento mil cosas mientras mis manos acarician tu pelo.
Si, qué rico.